Se han quedado puestas las luces que alumbran el belén y el árbol. Es tarde para sacar a alguien de la cama y yo no puedo acceder al enchufe sin ponerme en riesgo. Así que es Navidad a todas horas en esta habitación en la que paso también las noches. Las bombillas de colores aportan calidez a la estancia pero me distraen de mi objetivo: descansar.
No duermo mucho, no descanso mucho. Estoy incómoda y ansío ponerme de lado o boca abajo, pero no es posible y me resigno.
La semana que viene es ya Nochebuena. Me resigno también. Se acabará pronto el 2018 y me alegro tanto que sonrío. Me comeré las uvas como cada año, a mi ritmo, y brindaré con cava: ¡Por mí!
Llegarán los Reyes Magos y dejarán junto a mi muleta unos zapatos: dos.
Cuando llegue la noche, después de pegarle el último tiento al roscón, desmontaremos el nacimiento, el arbolito y las luces. Volverá la oscuridad total a mi desvelo, pero no importará si con solo extender el brazo, puedo alcanzar mis zapatos e imaginar que me hago la flamenca sostenida únicamente sobre el derecho.
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La vida en rosa de la flamenca |