No puedo soportar perder nada más. Por eso, sigo confiando en la naturaleza de la poinsettia que traje a casa, hace justo un año, la tarde de Nochebuena. Iban a ser unas navidades tristes, pero, aquella tarde, con la flor de pascua llegaba también un respiro a mi casa y a mi corazón.
La planta vino frondosa y fuerte, preciosa. Tan bonita que la lucí en la promoción navideña de mis novelas.

Sorprendentemente, resistió al invierno; al tiempo que perdía sus hojas rojas, se preparaba para recibir la primavera completamente vestida de verde. Era la primera poinsettia que sobrevivía a mi torpeza con las plantas y, por eso, por su fuerza y su afán por quedarse conmigo para recordarme aquella tarde en la que la escogí para adornar mi tímida alegría, la empecé a querer. Con el pasar de las semanas y los latigazos de la vida, sentí que, además, la necesitaba: constantemente brotando y resistiendo, atrincherándose en la posibilidad de permanecer.
He cuidado esa planta con auténtico afán todos estos meses. La he contemplado con devoción, he seguido cada brote, retirado cada hoja seca, sopesado la necesidad de regarla cada semana. Quise provocar su floración roja y prepararla para la Navidad y, como la campeona que siempre ha sido, empezaba a responder: algunos tallos se mostraban ya rojos y roseaban algunas de las nervaduras de sus hojas.
Y, entonces, quise mimarla, darle más espacio para nutrirse y seguir creciendo ante mis ojos. Pero no era el momento. Mi flor de pascua no llevó bien la mudanza y empezó a aflojarse, a desmerecer y perder sus hojas. Tristeza.

De pronto, ¡brotes haciéndose camino entre la rendición general! ¡Venga, bonita! Varias hojitas me saludaron desde sus nudos y yo les regalé mis sonrisas de orgullo y agradecimiento cada día… hasta que dejaron de mirar al sol y mirarme a mí. Otra vez, tristeza.
La contemplo cada día. La expongo al sol y meto mis dedos en la tierra, para ver si tiene sed. Y confío. Confío en esta planta que me ha alimentado de esperanza durante todos estos meses de destrucción en los que he perdido tanto.
Sé que no parece posible ponerse tan triste por una planta de temporada. A flor de piel tengo motivos más serios para sentir tanta pena. Creo que es como esa gota insignificante que colma el vaso. Creo que es ser otra vez testigo de la agonía lo que me rompe. Venga, bonita…