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Con las gafas puestas

Cuando tomé conciencia de que, por coherencia, no me quedaba otra que ser feminista y evangelizar en favor de la igualdad lo que me quedara de vida, me cortó un poco el rollo. Porque yo fui educada en el machismo, como casi todo el mundo, y me hice adulta sin enterarme de la fiesta y contribuyendo sin ser consciente -con mis opiniones, mis juicios de valor, algunas de mis actitudes y comportamientos…-, a alimentar el patriarcado que nos pone a las mujeres una bota sobre nuestros pies y nuestras gargantas, para que no nos movamos del lugar que nos ha sido asignado ni hablemos de más (este año no he despotricado sobre el día de la madre, y lo dejaré estar).

Colocarte las gafas violetas es ya de por vida un no parar de detectar la desigualdad en las casas ajenas y, desde luego, en la propia. Y una vez que enfocas la mirada, ya no puedes decir que no ves. Aunque siempre te queda lo de mirar para otro lado, claro. Yo decidí comprometer mi mirada y dejarme transformar, aunque me cortara el rollo, aunque tuviera que desaprender para meterme de lleno en un proceso de reconstrucción que se convirtiera en mi granito de arena por una sociedad más justa.

Más allá del feminismo hay otros campos a los que les sobran malas hierbas. Y a eso voy.

Llevo varios días acompañando una hospitalizacion. Hay al otro lado de la cortinilla una familia que se monta unas buenas sesiones de reunión de escalera. Son buena gente, vaya por delante.

Las horas de hospital dan para pensar mucho y también para aburrirse mucho. De algo hay que hablar, ¿no? También fuera del hospital. Somos seres sociales, nos gusta charlar y comentar la vida.

De acuerdo, ¿pero qué tal si cada persona habla de lo suyo, de lo que le pertenece o le compete?, ¿qué tal si contenemos el impulso de informar sobre lo que les pasa a otras personas por tierra, mar y aire?, ¿qué tal si ponemos a punto el filtro que nos manda alertas sobre aquellas cuestiones que son delicadas, que pertenecen al ámbito privado?, ¿qué tal si comprendemos que habernos enterado de algo no nos da derecho a compartirlo?, ¿qué tal si tomamos conciencia de que podemos hacer mucho daño con la indiscreción y esas imágenes de mal paparazzi que proyectamos en quien nos escucha, haciendo de la vida privada de otras personas un reality no consentido?

Aparte de las gafas violetas, tengo otras de color rojo peligro. Con las primeras me descubro en actitudes machistas; con las segundas, hablando de más. En ambos casos, me avergüenzo y me llamo al orden. Lo importante es no perder de vista que el objetivo es tanto ser respetada como respetar. Me siento mucho más guapa con las gafas puestas.

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