La compra para la casa de mis padres ha resultado ser más pesada de lo que yo había previsto. He ido sola al supermercado. Que no es que vaya mucho pero, cuando lo hago, es siempre acompañada, porque mi rodilla no admite mucha carga sin protestar.
Cuando estaba metiendo los artículos en las bolsas y he sido consciente de que no había calibrado el percal en el que me estaba metiendo, he mirado a la persona que me había saludado tan amablemente antes de empezar a pasar mi compra por el lector. Era un chico joven y, por su acento, de procedencia latinoamericana.
Mi experiencia me ha llevado a la convicción de que la gran mayoría de las personas que vienen de Latinoamérica son amables, cálidas y están dispuestas a tomarse en serio lo que te pasa, para intentar echarte una mano en lo que puedan.
Así que no lo he dudado:
-¿Tú no sabrás si podría llevarme un carro y traerlo luego, o a quien podría preguntárselo?
-No se puede. Si se fija, las ruedas tienen un bloqueo y si saca el carro de la tienda, no podrá moverlo. ¿Qué necesita?
Y en esa pregunta ha estado la clave, porque en mi cabeza, automáticamente, se ha traducido así: “A priori, no puedo complacer su petición, pero cuénteme y veamos qué se puede hacer”. Le he explicado mi problema: la compra de mis padres, excesivo peso… y que necesitaba un carro para poderlo meter todo directamente en el montacargas del portal y no tener que llevarlo a pulso.
-Espérese un momento -me ha dicho.
Ha hecho venir a quien he supuesto la encargada, la ha puesto al tanto de mi situación y, a continuación, le ha pedido para mí un carro de cortesía. A los pocos minutos, mi problema estaba resuelto.
Podría equivocarme, porque hay gente de todo tipo en todas partes, pero era bastante probable que la misma petición hubiera caído en saco roto si se la hubiera hecho a una persona autóctona. Por estos lares no somos particularmente dados a desvivirnos por solucionar los problemas de los demás. Si no se pueden sacar los carros, no se puede. Ya está. Darle una vuelta de más a la cuestión se considera un plus. Y cuánto se agradece en la atención al público una “persona plus”. De hecho, cuando topamos con una, lo comentamos: “He estado en tal sitio y me ha atendido una chica superamable”.
Mi persona plus de hoy se llama Josué. He visto su nombre en la tarjeta identificativa, cuando he ido un par de horas después a devolverle el carro. Al verme llegar me ha sonreído y yo he vuelto a darle las gracias por haberme ayudado tanto facilitándome lo que necesitaba.
Estas líneas van para Josué y para todas aquellas personas receptivas a la escucha y dispuestas a construir a partir de pequeños gestos una sociedad más amable. A veces es más fácil de lo que podría parecer cambiarle el sentido al mal día de quien tenemos en frente, sacarle de un apuro o, quizá, hacerle sentir menos solo. Quizá si tuviéramos menos prisa o más capacidad para respetar los tiempos de quienes nos irritan porque nos frenan, nos daríamos cuenta de que cada día se nos escapan oportunidades de hacerlo bien, mejor… o incluso plus.
Muchas gracias, Josué.