Ocultas al mundo que, aunque crees que deberías, no sabes. Que te has equivocado en casi todo, que todo tu esfuerzo se desinfla ante la tozudez de la negatividad y la resistencia que te rondan. Miras a quienes fueron tu referencia con decepción profunda; a quienes te hacían sentir en casa, con inseguridad; a quienes se cuelan en tus sueños para dar forma a tus miedos, con lágrimas en los ojos y el estómago fruncido. Te asomas al futuro, no ves absolutamente nada y no sabes si esa niebla tan densa está fuera o solo dentro de ti. Te has encontrado con esa canción y te has roto de arriba abajo:
«Y cada vez me cuesta más guardar la luna al despertar, porque es de noche aquí en mi pecho» (…) Si tengo cielo al que mirar y estas dos alas para volar, ¿por qué sigo en el suelo? Será que pesa el corazón después de tanto tanto amor».
Aquella hoja que arrancaste… aparece de repente entre tus cosas y te pone ante los ojos la primera estrofa de aquella otra canción que empezó a componerse en tu alma y de la que no quisiste saber nada. Han pasado los años y la letra, ahora completa, escapa de tu boca en cuanto te quedas sola.
Camino a tu lado, al ritmo que marcan tus pasos, esperando un alto en tu camino que me permita abrazarte y decirte que lo siento, que lo siento mucho. Y que estoy aquí, que siempre lo he estado, aunque no haya tenido la suficiente fuerza para liberar tu garganta de la rabia con la que la aprietan las manos de tu desamparo.