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La traca del pánico

Ayer di la bienvenida al Año Nuevo con más esfuerzo que ganas. Yo me hubiera ahorrado las uvas y la explicación del vestido -mascarilla de la Pedroche (nunca un edredón ha cumplido mejor su función de cobertor de cuerpos; pero como en los últimos tiempos yo ya no entiendo nada, meto en ese mismo saco de enigmas la creación de Pedro Del Hierro). Previamente, había que cenar especial y lo hice, beber champán y lo hice y, en definitiva, hacer como si la Nochevieja fuera casi normal. Llamar navidades a esto que estamos viviendo es el resultado de un pacto social como hacía tiempo no había conseguido esta sociedad instalada permanente en el polvorín y el lanzamiento de cuchillos.

Estuvimos 4 gatos -4- y un perro. El gato grande y las gatitas, bien; yo, en modo Grinch, como cada año. Y el perro… en una desazón constante desde media tarde, cuando empezaron a escucharse los primeros petardos. Había permiso para la pirotecnia de 00:00 a 00:15 y se hizo uso del mismo, vaya que sí. ¿¡Nos hemos vuelto locos/as!?

¿No era que lo vivido en 2020 nos había hecho mejores personas? ¿Había necesidad de montar esa traca ininterrumpida de varios minutos, alimentar con ese auténtico bombardeo el terror de los animales, de personas mayores, enfermas, bebés…? ¿De verdad resulta tan divertido, que nos damos permiso para inquietar, desestabilizar, atemorizar gratuitamente a otros seres vivos. ¡Qué autopercepción de ser la punta de la pirámide más desenfocada nos gastamos! No recuerdo haber vivido un exceso como el de anoche. La traca puso a temblar a mi perro como nunca, y no exagero nada cuando digo que temí que le diera un infarto. Pensé en las personas con demencias, con limitaciones cognitivas, ansiedad, criaturas recién nacidas… Insisto: ¿de verdad es tan divertido jugar a te va a parecer que el cielo se rompe sobre ti, pero no pasa nada que soy yo echando unas risas?

Afortunadamente, pasado el cuarto de hora de permiso, los petardos (prácticamente) cesaron. Muchísimo mejor que otros años.

Siempre sobre la mesa el debate sobre los límites entre mis derechos y los de los demás, y el respeto mutuo. Pero cuando hablamos del derecho (con permiso municipal y todo) a celebrar quemando petardos, hablamos también de provocar pánico y sufrimiento. Y yo… lo veo claro.

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