Fractura en metralla en mi alma. Triste, sola, herida.
La angustia rabiosa, a mordiscos contra mi estómago. El peso del muerto sobre mi espalda, los dedos de mis pies encogidos me impiden caminar.
El aire que me toca respirar se pierde de camino hacia mis pulmones. Grito en un lugar donde nadie escucha. Lloro sobre una cama arrugada y la feria bajo mi casa se burla de mi dolor.
Insectos correteando por mi garganta hasta hacerme llorar, pedradas de pena golpeando mis latidos. La llamada de la luz y sobre ella el manto de cordura que me arrebata el órdago insensato.
Náuseas que descienden hasta mi vientre. Miedo al minuto siguiente y al mismo presente. Futuro agazapado a la espera de que todo pase.
El amor en busca y captura. El rencor pellizcando la inmensidad de mi pena.
Mi rostro sin luz, mi cabello sin brillo, la sonrisa enferma; mis párpados, presa natural de mi caudal de lágrimas. El Ave María arrancándome la emoción, el desgarro del adiós y la última hoja del calendario.