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Laputa

Cada día soy más malhablada. Tampoco mucho, pero más de lo que he sido. ¿Razón? La vida esta, que me trae loca.

Nadie duda de la fuerza expresiva de un taco bien colocado: una situación equis y la provocación justa son el caldo de cultivo para un ¡joder!, un ¡qué cojones! (el WTF! se ha instalado en mi casa y lo noto a gusto) e, incluso, un ¡me cago en la puta!, con el tempo y contundencia con la que lo vomita Bridget Jones cuando rompe aguas, en Bridget Jones’ Baby (la tercera película de la adorable Bridget).

Pero a mí lo que de verdad me sale con honestidad y desgarro es el simplificado ¡La puta! Va bien con todo. Es como las comas bien puestas: me dan paz. Coloco un ¡La puta! y automáticamente siento que se pincha la burbuja de la presión que en ese momento siento.

Hace un tiempo, mi primogénita compartió un hallazgo conmigo: un tiktok en el que descubríamos que Laputa existe:

(Ja, ja, ja… No recordaba lo bueno que era, ja, ja, ja…).

Siguiente paso, comprobación. Querido Google, aparta de mí la desazón de la ignorancia.

Wikipedia: «Laputa es una isla imaginaria descrita en el libro Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, con la característica de poder volar. Tiene una base de diamante y flota en el aire por medio de un gigantesco imán».

Y, de pronto, la isla de Laputa se me antoja como el lugar soñado para mi existencia: un sitio al que puedes ir y ¡con el que puedes irte! a donde te parezca (WTF!). No sé si esta adaptación a mis anhelos de las potencialidades de la isla es un despropósito que ofendería a Jonathan Swift, porque no he leído su libro. Pero ¿quién no se permite diseñar planes de fuga cuando el día a día le resopla en la oreja en un no parar atosigante? La puta.

Aquella película… No habrá paz para los malvados. No descubro nada cuando afirmo que es una adaptación del axioma “No habrá paz para las madres”. Cualquiera que sea madre sabrá que hay más inquietud en nuestra peli de cada día que en la laureada cinta de Enrique Urbizu.

La isla de Laputa se crece en mí como lugar de retiro, en tanto en cuanto descienden las burbujas de mi punto de ebullición y afloja dentro de mí la imperiosa necesidad de salir corriendo y desaparecer (planazo recurrente y compartido por algunas madres de mi círculo próximo a las que, cuando se sienten hervir, les gustaría venirse a mi guarida en Laputa, seguro).

Desaparecer cuando una tiene criaturas en el mundo a las que se deberá de por vida no se entiende fácilmente (aunque ojito con juzgarnos entre nosotras, siempre siempre nos faltan datos). Pero tener una casita en Laputa, para hacer una magnética y ansiolítica escapada que te permita coger aire durante la descompresión… se me antoja un sueño con categoría de derecho humano. Después ya, tan oreada tras haberte paseado por el mundo sobre tu isla voladora de diamante, aparcas tu terrenito mágico en una de esas parcelas en las que el plan urbanístico había previsto servicios y siguen siendo una triste campa, e intentas reanimarte como sea y seguir con tu vida, sus luces y sus sombras.

Pero despertemos. Volvamos a Wikipedia: “Laputa es una isla… imaginaria”. Me cago en la puta (otra vez a lo Bridget Jones, sí).

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