Como si me hubiera despertado, de repente, en un lugar que no es el mío, miro a mi alrededor con inquietud y desconfianza. Todo lo que aprendí a lo largo de los años para desenvolverme en la vida -los códigos de comportamiento, del cuidado, la escala de valores, la importancia de la comunidad y de perseguir la prosperidad compartida, la parábola de los dones… – ya no sirve.
Me siento infiltrada en el equipo rojo, preguntándome donde está el azul e, incluso, si no habrá sido producto de mi imaginación. Me invade la angustia de la persona analfabeta ante un formulario y me pregunto: ¿Es que todo el mundo sabe qué hacer con esto?
He puesto tanto empeño en serme fiel, que no me he detenido a revisar si lo que traía de serie y aquello por lo que aposté para mi construcción personal, le bailaría el agua al algoritmo de la paz y el bienestar. Dudo ahora de si lo que llevaba en las alforjas para el viaje estuvo bien escogido. Creo que si tuviera la oportunidad de rehacer mi maleta, solo insistiría con los libros y la pluma.
No sé si acumulo más pérdidas por mi mala cabeza o por mi pésima gestión de la vida, pero el vacío ha colonizado mi alma y el derrumbe dentro de mi corazón es ensordecedor. Sin la referencia de mi latido, mis pasos desorientados buscan la salida hacia donde sea que quede lejos de tanto ruido.