A la fuerza y sin opciones de otra cosa, se acostumbran a latir los corazones que perdieron su referencia, la primera, la del mismo origen; la de aquellos meses de nadar en amor y esperanza, aprendiendo a vivir dentro para asomar fuera.
A la fuerza y sin opciones, la ausencia se instala en el día a día y acompaña —como un fantasma que prepara el próximo asalto— los amaneceres nublados y los atardeceres rojos.
Van pasando los meses y van cayendo las lágrimas en el saco roto de la pérdida sin remedio. Crujen los recuerdos, hieren los espacios, los objetos, algunas canciones y supuran con desgarro las fechas violentas: un mes, dos meses, tres… seis. Primer cumpleaños, primera Navidad, primer día sin, primer aniversario y, de nuevo, el no cumpleaños que sacude con fuerza el centro del corazón hasta que, con el pasar de las horas, el llanto del alma limpia el dolor más grueso, a la fuerza y sin opciones, para poder seguir.