Sonríe.
Bonita, serena. Contenida en el temor por su partida.
Permite que le hable de resistencia, de esperanza y de lucha y asiente con generosidad. Pero en sus ojos veo que ella sabe y pongo todo mi empeño en hacer que parezca que yo no lo veo tan claro y que confío.
La recuerdo así como fue siempre: bella, discreta, delicada, melancólica, señora de la mesura y con la herida de la madre abierta. Recuerdo, cómo no hacerlo, sus preciosos ojos.
Ha dejado en tierra un roble y una estrella.
Ha dejado en tierra un árbol generoso y acogedor volcado en hacer de los días de pulso a la amenaza, cadenas de momentos con los que asirse a la vida; un árbol padre que cobijará de las tormentas a su estrella más querida, cuando un rayo de tristeza la descuelgue y la haga llorar.
Ha dejado esa estrella joven y hermosa que es su vivo reflejo, su orgullo y su legado. La luz que alimentará al roble, cuando lo azoten los días de viento y el granizo atronador de la ausencia.
Cierro los ojos y, en mi mente, vuelve a sonreír. La veo bonita, serena. Contenida en el temor por su partida. La contemplo con los ojos de mi corazón tocado de impotencia y la reconozco: bella, discreta, delicada, melancólica, señora de la mesura y con la herida de la madre abierta. Y sus ojos.
Hasta siempre, Lady 🖤