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La jornada reducida

Acabo de recibir un sopapazo de monoparentalidad. Ya debería estar acostumbrada, pero no: pasarse los días sola cuadrando horarios, actividades, hijas y alegría de vivir, no se me da bien.

Ya estaba la tarde estaba organizada: tú aquí, yo allá; tú las coges, yo me las quedo. Pero… se ha producido LA LLAMADA. Ring, riiiing… ¡Date por jdd!

Algún día voy a decir yo que he recibido «la llamada» y voy a salir pitando a apagar un fuego inesperado de esos, que te dan permiso para dejar tirada a tu mujer con todo el festival. Pero, claro, soy yo la que tiene la jornada reducida. Si fuera al revés, la llamada la recibiría yo y estaría leyendo el blog de mi marido, descubriendo en este mismo momento su monumental cabreo y pensando: ¡Qué mal carácter tiene este señor! ¡Que estoy currando, no tumbada en la piscina! ¡Que no soy yo quien tiene la jornada reducida!

Tengo mal genio, es así. No debería quejarme tanto, porque tengo la jornada reducida. ¡Toda la tarde libre! Pero toda, ¿eh? Tengo tiempo hasta para ir al euskaltegi a mediodía, casi sin comer; porque, total, tengo toda la tarde libre para cocinarme un codillo con patatas, que me sale divino. ¿No ves que tengo la jornada reducida? Y, además, estoy supercontenta, porque ahora con la banca electrónica no necesito restar minutos de mi jornada reducida, para hacer las transferencias del pago de las colonias (de las dos), del programa de libros solidarios (de una) y de los libros de texto de Educación Infantil (de la otra). La pena es que las inscripciones para que las niñas vayan al coro el curso que viene no las puedo hacer por internet y, entonces, ahí sí, unos minutitos de la jornada reducida se me van. ¡Cachis! Pero el resto, ¡lo tengo libre!

La vida de la monoparental camuflada es superamena: te pueden coincidir en la misma semana tres eventos culturales de tus hijas (de obligada asistencia), dos reuniones, talleres medioambientales, evaluación de catequesis familiar y preparación de equipamientos para excursión colegial de día entero y para la post fiesta de la espuma. Ah, y se me olvidaba la suerte que tengo: ¡esta tarde me voy al cine con mis amigas! «¡Cómo os lo montáis, ¿eh?!», nos dicen los chicos. Lo entiendo: envidian nuestra vida. A ver, si no.

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