Me temo que este post resultará anodino y no aportará gran cosa. Surge de un escribir por escribir, por el mero placer de escuchar someterse las teclas bajo mis dedos y mis uñas pintadas de coral.
No me pilla este folio en blanco particularmente creativa ni con un pensamiento relevante que justifique suficientemente ponerme a jugar con las palabras. Ocupa mi cabeza una sensación invasiva de pereza ante este día que ha amanecido de nuevo gris y, además, lluvioso. Hoy es 1 de septiembre y lo estoy viviendo como un anexo a la estafa en la que se ha convertido este verano 2021, que está pasando de puntillas por esta tierra tan austera en luz y grados.
El 1 de septiembre es tradicionalmente el día de volver al trabajo y para mí lleva siendo así años y años. Pero este 2021 ha cambiado las cosas y llevo ya unos cuantos días en multitarea y precalentamiento para el curso que nos viene. He empezado el día abriendo los brazos para recibir a mis compañeras de oficina recién incorporadas y mis sensaciones están confusas; mis percepciones no discriminan si lo que nos ha tenido separadas es un puente largo, la Semana Santa… ¿las navidades, quizá? Septiembre dirá si ha venido con ganas de vestirse de enero y darnos el final del verano. No pasa nada, estoy preparada para aceptarlo; me he entrenado duramente en las últimas semanas.
En esta ciudad tenemos mucha fe puesta en el mes de septiembre, porque nos suele regalar días bonitos de sol y temperaturas cálidas, pero en el día de hoy, con el suelo mojado, los paraguas a mano y el filtro gris sobre nuestros rostros, la frase que más se escucha es “Frío no hace, pero…”. Y así, con el “frío no ha hecho” y el “frío no hace”, parece que no es para tanto el drama de habernos pasado los meses más ansiados del año bajo la boina que nos montan las nubes para privarnos de nuestro derecho al sol.
Este verano no me ha sabido a nada. No sé a dónde se han ido mis días de Granada, que se me proyectan en la mente como recuerdos viejos que se recuperan de una cinta de grabación de vídeo donde inmortalizábamos las vacaciones hace no tantos años. No he conseguido ponerme morena, no me ha dado tiempo. Una tontería, sí; da igual. Pero no deja de ser una anomalía de los tiempos que corren. Es el primer 1 de septiembre de mi vida que no luzco piel dorada y soy plenamente consciente de no haber cargado las pilas para volver. Siento por encima de todo una pereza inmensa y sé que tengo que darle la vuelta a esto, porque empezar así no es plan.
Por la oficina, las compis han hablado de la ola de calor, de los 27 grados con los que intentaban dormir en Alicante… Y sí, lo sé: tanto calor también está feo y tampoco se puede estar así mucho tiempo. Hago un esfuerzo mental por acompañar en el sentimiento y la fatiga a todas las personas a las que el calor ha desplomado y quitado las ganas de vivir, porque ningún extremo es bueno y no le deseo pesares a nadie. Pero, madre mía, hace tanto tiempo que no sé lo que es morirme de calor, que siento no solo que lo necesito, sino también que me lo merezco. Si esta tierra está castigada sin calor por algo que escapa a mi entendimiento, hágase la luz al menos. Pero tampoco.
Que conste que había avisado: nada nuevo en estas líneas, nada digno de ser subrayado; texto quizá gris, como el tiempo por estos lares. Cierto es que, al menos, frío no hace.